jueves, 4 de enero de 2018

Colegios

Asistí a varios colegios, más bien por inquieta y traviesa que por otros motivos.
Hoy adulta puedo sacar a cuenta a favor muchas experiencias sociales y estilos distintos de sobrevivir.
Fui a colegios de clase media, semi subencionados de clase alta algo así como pobre diría yo, colegios públicos  y un liceo en el sur con internado para niñas del campo.

En el primero viví la experiencia de ver una monja en claustro en su mismísimo claustro y una monja muerta dentro de un ataúd.
Eran situaciones traviesas y terroríficas a la vez,  me había escabullido desde el patio principal del colegio por unos pasillos secretos y grandes  puertas pesadas que ninguno de mis compañeros se atrevía a traspasar. Entonces yo lo hacía en silencio sin cómplices, quería ver más allá.
Cuando encontré a la monja en claustro pasé corriendo por el pasillo, era un juego común en mi rutina trasgresora de claustros. Este día era diferente su puerta abierta era mi principal objetivo, pero pasaría rápido y solo vería que pasa. Cuando doblé la mirada hacia su umbral vi por breves segundos una mujer enferma, sentada mirando hacia la puerta.
Al hacer contacto con sus ojos me asusté, pero no alcancé a sentirlo cuando ya había pasado, llegué hasta el fin del pasillo con el corazón palpitando en la garganta, voltié a ver su puerta y nada, estaba abierta y no habia señal de que ella quisiera hacerme algo. Estuve esperando estoica, alguna sombra, señal, ruido... Nada.
Comencé a caminar hacia el umbral lentamente, tenía más curiosidad que miedo, solo escuchaba mi respiración, era primera vez que pasaba tanto tiempo en ese pasillo, era primera vez que había una puerta abierta, era primera vez que veía una moja en claustro, al caminar de vuelta hacia su cuarto pensaba: ¨Se pueden ver y no te quemas en el infierno por ello.¨
Ya casi tocando el marco de su puerta me detengo para escuchar. Nada, asomo con mucho cuidado mi cabeza hasta que la veo nuevamente, igual, sentada en una silla de ruedas, cuando me asomé tenía la vista pegada en algo pero al verme guió sus ojos opacos a mi presencia, me congelé pero acepté quieta su vacía mirada.
La mujer no movía nada, sólo sus globos oculares, yo terminé entrando a su cuarto-claustro y viéndola de cerca. Era casi azul lo blanco de su piel, tenía muchos bellos largos en su rostro, los ojos sin vida, sin libertad, sin vuelo. Conmovida, me puse frente a ella y la miré dudando si respiraba, me vino un susto gigante cuando pensé que podía estar con un cadáver, pero movía sus ojos. No vestía como monja.

-Estado Vegetal fue el concepto que vino a tranquilizar mi cabeza, yo no conocía, pero algúna vez escuché de esa enfermedad.
Salí retrocediendo, sin quitar la vista de encima de ella, a ver si movía algo.
Había pasado mucho tiempo, seguro el recreo había terminado y yo no sabría como entrar a la sala, mejor actuar de enferma e ir a enfermería.
             Así también digerir lo que había vivído, donde no puedes contarle a nadie lo que has descubierto, donde tienes que obligarte descifrar que es lo que pasa, con un pequeño conocimiento verdadero traspasado por mi familia. En el colegio es tan estricto todo que no puedes confiar en nadie para contarle que traspasaste los dogmas y que descubriste que no pasaba nada más que ver el otro lado. También me preguntaba que habrá pensado ella de mí.¿Habrá pensado?, ¿Tendrá la capacidad de acusarme?¿Hace cuanto tiempo que no veía una niña?  No, estaba en estado vegetal y en ese estado no puede hacer nada, ni siquiera brillan sus pupilas.
Concluí que las monjas mienten, que la iglesia miente, y en este caso, son esclavos voluntarios hasta la muerte sin cuestionamientos. Ellas nos educaban.
Cada vez más fui perdiendo el respeto y no creía nada de sus cosas, aprendí a rezar y todo lo sabía de memoria, era fácil darles en el gusto, pero mi curiosidad seguía enredada entre sus pasillos, bibliotecas prohibidas y candelabros dorados.
 Antes que me expulsáran de aquel establecimiento, llegué entre puertas, pasillos y escaleras de caracol a la capilla del colegio que estaba cerrada prohibido al alumnado, llegué por un acceso desde el segundo piso obviamente trasgrediendo el veto.
Como era primera vez que veía la capilla desde el segundo piso me costó reconocer el lugar, además tenía un baúl al centro y sus sillones para rezar no estaban. Poco a poco comencé a entender e interpretar todo, el baúl tenía una ventana y había una muerta adentro. Una monja.
Tuve que encaramarme a una reja para poder bajar,  solo las velas prendidas denotaban preocupación de alguien. Nunca supe si era la misma monja, la muerta no tenía los ojos abiertos y hubiese sido tal vez la única forma de reconocerla, también tenía muchos bellos en el rostro y unos bigotes marcadísimos. Ese fue mi primer encuentro con la muerte.
Cuando entendí que estaba muerta entré en un mediano pánico solo porque era una muerta, yo tenía 10 años aproximadamente, pero no sacaba nada con manifestarlo porque me castigarían.
 Así sola junto a una monja muerta, me quedé todo el recreo observándola hasta escuchar el timbre, salí por otra puerta secreta-claustro, directo al patio del medio.
Recuerdo pensar que tal vez te salen bigotes cuando mueres.

Cuando ya me echaron fue básicamenta por que hice una travesura un tanto más poderosa y había una especie de hoja de vida de comportamiento para cada alumno donde se hacián anotaciones positivas y negativas,  la página luego de pasar cierta cantidad de anotaciones se marcaba con un lapiz rojo y una vez que traspasabas dicha marca era comportamiento nivel satánico y ya se consideraba la expulsión como solución definitiva. Mi hoja tenía hojas añadidas luego de la linea roja de la discordia.

Llegué así en octavo grado a un colegio de puras mujeres semi municipal donde tenía compañeras de 18 años cursando octavo, muy rubias y de clase alta ( según ellas). La verdad nunca fue de mi interés esto de las clases en este diminuto país, pero acá ellas mismas se clasificaban de esa forma, yo era espontánea y encontraba entretenidas a estas viejas pechoñas y que hablan de forma divertida del SI y pro Pinochet, una llegaba con el diario y pantuflas puestas, conversaban con las profes como amigas.

Yo era niña, jugaba como niña y como el colegio era diminuto, una de mis entretenciones era pasarme a las casas vecinas y devolverme por los muros al establecimiento... Algo así como desaparecer y aparecer era mi obsesiva búsqueda.
Un año duré y me pusieron en otro que se supone salías hablando inglés. 1ero medio, yo era una de las cuatro únicas mujeres del curso, era en su mayoría hombres y también había mayores de edad en mi curso. en ese colegio no aprendí nada más que los hombres juntos pueden ser muy torpes y hasta más hirientes que las mujeres, yo siempre digna pues me manejaba en artes marciales e imponía respeto a quien quisiera tratar conmigo. Pero era muy inmadura como para proteger a la otra, no me importaba mucho y cuando ya entendí que tal vez tenía que hacer algo me sacaron del colegio ese.

Llegué entonces de vuelta a uno católico a cursar segundo medio, sin claustro, si con una capilla y una directora racista de apellido Schmidt. La señora me perseguía porque soy morena, por suerte nunca se dio el tiempo de conocerme y entender que venía una atea de tomo y lomo, porque ahí me hubiese torturado a lo Hitler, seguro deleitaba su imaginación conmigo metida en una cámara de gas.
Era tal la obsesión con la morenita ésta que había días que yo hacía la cimarra y ella llegaba a buscarme a la sala para castigarme porque me había visto ( en sus alucinaciones), haciendo tal y cual cosa... Yo no había asistido al colegio.
Finalmente logró que un compañero robara un cuaderno mío donde yo había escrito una carta para un amigo del Valle de Elqui y hablaba de marihuana, entonces con esa carta logró mover todo para la expulsión en cuarto medio de la morenita.
Mi madre y mi abuelo paterno pelearon a morir y expusieron el grave problema del establecimiento al ministerio de educación, pero el tiempo avanzaba y la niña estaba otra vez sin colegio.

Fue entonces cuando llega mi padre desde Valdivia y me lleva con él. Como castigo me inscribe en un liceo gigante de puras mujeres, el LICEO A N 6 de niñas. Además tenía internado donde por suerte no me aceptaron porque  solo era para chicas de sectores rurales... Puras huasas dije yo.

Tenía una mentalidad formada por todos los colegios a los que había asistido muy incompleta, medio clasista y medio arribista, en este liceo yo era la que tenía más recursos al menos en mi clase, llegaba en auto y como era tan pobre no exigían uniforme entonces me compraba ropa cómoda para ir a clases mientras mis compañeras no tenían qué comer a veces.
En un principio me vino una especie de depresión,  estaba en un lugar que no me gustaba, mis compañeras hablaban como cantando, yo sabía más que todas y tenía compañeras con hijos que fácilmente comparaba con algunas nanas que atendieron mi hogar junto a mi madre y hermana.

Pero el tiempo avanza y la vida sigue, pronto comencé a ver sin ese prisma egocéntrico de inconformidad, comencé a ver la injusticia y el nivel deficiente de educación que entregan a la gente del campo, mis compañeras no estudiarían más, no estaba dentro de sus proyectos, nadie se preocupó en sus vidas de forjar su inteligencia y desarrollo de conocimiento, para la mayoría ya era un tremendo trofeo sacar cuarto medio.
Como mi padre me dejaba el auto porque viajaba mucho, yo iba a ver todas las tardes a unos amigos en Niebla, la costa, me demoraba unos 20 minutos en llegar, jamás me preocupé de que no tenía licencia y al parecer para mi padre tampoco era tema.
Algo que me hizo cambiar el punto de vista para siempre fue cuando supe de varias compañeras que no conocían el mar, estaba a veinte minutos en auto, ellas no lo conocían.

Un buen día traje un picnic, las subí al auto después de clases y las llevé al mar. Aun recuerdo hasta el sonido de las gaviotas, estaba nublado, había una compañera que nunca reía, era inteligente y no podría estudiar en la universidad por falta de recursos, cuando vio el mar caminó hacia el agua como hipnotizada, se reía y lloraba a la vez, se arrodilló.
Para mi fue muy fuerte, tanto que siempre agradeceré haber terminado cuarto en ese establecimiento que finalmente fue el que más me enseño, me entregó herramientas verdaderas y trasgrediendo prejuicios y transparentando el sistema al que me iba a lanzar.

* Experiencia Charla universidad con alumnos colegio Alemán.




Continuará...



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