En varias ocasiones me he largado a llorar solo de agradecimiento a la naturaleza, la maravilla que significa a la magia de sus hábitats, una emoción que no cabe en mi y derramo por mis ojos expectantes y alucinados.
Es una sensación que ojalá todos los seres humanos experimenten alguna vez, son verdaderos regalos invaluables, que al menos para mi significan un paso a la evolución, cada una de estas experiencias han marcado en mi consciente un antes y un después
No recuerdo cuando fue la primera vez pero escribiré más o menos las que recuerdo solo con un factor común; La Superemoción.
Bordeaba los 17 años, nunca tomaba un transporte público, pedaleaba para llegar a mis destinos, vivía en la ciudad de Valdivia, a 800 km de la capital de Chile. Esta urbe, dentro de muchas cualidades es una de las 11 ciudades con mayor pluviosidad en el mundo, para lo cual me hice de un traje amarillo tipo los que usan los pescadores y los días de lluvia salía en mi bicicleta pedaleando hasta las afueras de la ciudad buscando el bosque nativo.
Una vez llegado a mi destino subía mi bici al hombro y me internaba caminando sobre colchones de hojas hasta encontrar el bosque alto y añoso.
Coigües, mañío hojas caídas, canelo, robles, laureles y olivillos, son acompañados de grandes helechos y quila en las quebradas, un olor a tierra húmeda que impregna en mi memoria para siempre esa mezcla con algunos destellos florales dulces en torno a la caminata.
Es así que un buen día, comencé a seguir un sonido de agua, a ver si era una vertiente para beber y buscando agazapada de pronto frente a mis ojos a no más de 20 cm, un pajarito celeste con amarillo, un Cometocino me observaba tranquilamente, luego llegaron muchos y unos se me pararon en la cabeza, otros por los brazos, eran maravillosos, yo no podía resistir la emoción y me reía llorando, les agradecía.
Otro momento maravilloso fue cuando figurábamos en alta mar, con Soledad Mira y un kayak que se nos fue de control, entonces una nadaba empujando el kayak y la otra remaba, intentábamos volver al arrecife, nuestro esfuerzo no podía contra la corriente que nos llevaba hacia la playa aledaña que tiene unas olas interesantes, en Papára Tahiti-Nui.
Así, de pronto una embarcación pequeña pasa junto a nosotras bajando la velocidad:
Conductor: -Eh tu estás loca? Ésta es zona de tiburones! - y se fue.
Montamos en histeria vergonzosa hasta que logró subir Soledad al kayak, entonces comenzamos a escuchar unos sonidos que asemejan a cuando respiras por el snorkel... Era como si muchos snorkels hubiesen salido a botar el aire, miro a mi costado y veo que el ruido sale de un orificio justo de en medio del lomo de un delfín que brota desde el agua junto a nosotras y como él unos cincuenta delfines saliendo a la superficie y nosotras en medio de este espectáculo.
Me largué a llorar.
Soledad : -Mira que buen momento para llorar... Perdidas en medio del océano y zás un montón de presas de tiburones y nosotras entre ellas.-
Yo agradecía lloriqueando, es que si hay delfines y muchos, que hasta puedes tocar en libertad, seguro no hay tiburones cerca.
También lloré cuando me bajé por primera vez del mercedes enterrado en las arenas del desierto del Sahara Occidental, había histeria colectiva dentro del auto, un inglés neurótico fuera de si y Judith, la francesa dueña del carro montó en cólera con él, es ahí que yo me bajé, desobedeciendo todas las indicaciones de vida o muerte advertidas por los guías puesto que había bombas antipersonales...
De verdad, no me importó, seguro si no cambiaba la atmósfera dentro de ese auto, nos mataríamos entre nosotros.
Caminé hasta que los gritos se hicieron menos audibles... -Vas a moriiir!- Lo último que escuché del peculiar inglés.
Entonces cuando ya no lo oía más, el auto ni sus integrantes, comencé a sentir el calor, el viento, el color de la arena, el cielo, aquel horizonte sin nada mas que arena.
Me vino una emoción que desbordó en lágrimas y por fin caí arrodillada ante el Desierto del Sahara.
Gracias!
Todos los niños de una pequeña escuela en un poblado llamado Santa Rosa por el río Ucayalí en la selva amazónica, me cantan una canción, son unos treinta niños cantando. Aun recuerdo su primeras líneas.. ¨Que salga el osito, que salga el osito
Yo lo quiero ver bailar¨
Caminando en la selva al atardecer, con un brazo muevo la rama de un árbol para pasar y sus hojitas son cientos de mariposas posadas hacia abajo, las despierto sin quererlo y vuelan a mi al rededor.
Uno de los colibríes más pequeños del mundo... Parecía un hada y también me dio sensación de un hipocampo en un espacio relativo, es calipso y vive en la Amazonía.
En Mauritania estaba con unos 40 niños y compré 3 botellas de Coca Cola de 1 litro. Son los niños más pobres con los que he compartido en toda mi vida, hay algunos pequeños que no pueden mirarme, porque están tan desnutridos que simplemente les es imposible flexionar el cuello hacia arriba para mirarme a los ojos.
Entonces tres botellas de Coke y muchas bolsas pequeñas que funcionan como vasos, les di indicaciones a dos niños de unos 10 y 12 años diría yo, para que uno mantenga las bolsa mientras le vertíamos la gaseosa, el otro las anudaría una vez lista y pasaría a el resto de niños.
Me preparé sicológicamente para un caos, pero nada de eso pasó, estaban tan acostumbrados a compartir que me ayudaron con las porciones, el muchacho que anudaba las bolsas al terminar la primera le hizo un agujero con los dientes y se agachó para darle a uno de los pequeños desnutridos, mientras tanto el chico que sostenía las bolsas, puso ambas manos bajo la barbilla del pequeño por si derramaba una gota. Este gesto fue un puñetazo directo al corazón, abrió un agujero en mi alma, esa nobleza y caridad de niños pre adolescentes. Ellos me enseñaron que hay tiempo, priorizando los más débiles y entregando amor a los menores avanzan menos desolados.
En estas inhumanas condiciones uno reflexiona respecto de los valores personales más básicos y fundamentales, los tanteas y los retornas al lugar que corresponde, solo eso es necesario para cuestionar tu felicidad, te das cuenta que todo lo demás sobra.
Yo no conocía y dudo que vuelva a experimentar una muestra de bondad, sabiduría y desapego tan profundas en una cultura, están extintas.
El resto de los chicos esperaba su turno sin protesta alguna y luego que los pequeños tomaran su ración, los más grandes ordenados comenzaron a pasar de manos en manos las bolsas, hasta que cada un obtuvo su pequeña porción de bebida.
Lloré desde ese día hasta que salí de ese país.
Pleno festival de San Fermín, Pamplona.
Figuraba dentro de la Plaza de toros de la ciudad en medio de una corrida de toros, nunca evalué las dimensiones del horroroso espectáculo, solo me percaté cuando ya estaba dentro, pero tuve suerte puesto que en esta corrida los jueces perdonaron al toro y condenaron al torero quien sufrió dos corneadas del animal y una lluvia de cojines desde las galerías mientras se escuchaban los gritos de miles de hombres que daban vuelo al Toro
-¡Toro, toro!- Gritaban desde las galerías llenas de hombres de trajes blancos con detalles rojos, en la parte que daba el sol, los baldazos de vino iban y venían, dejando rosados los blancos trajes de San Fermines.
La verdad es que me aclararon que ocurre muy pocas veces esto del perdón al toro y que fue un privilegio para mi presenciarlo, si lo pienso de esta manera tal vez me siento un poco mejor. Y recuerdo haber gritado por el toro junto a la multitud entendiendo que será mi única posibilidad de luchar por esta injusta tortura bovina, en mi única entrada voluntaria a una plaza de toros.
Grité y grité con los demás hasta que se levantaron los jueces y le perdonaron la cola al desafortunado toro, me puse a llorar.
Ver desde el arrecife hacia el mar abierto en Tahiti, mi primera superemoción bajo el agua.
Así me ha superemocionado la vida y seguiremos espero, acumulando estos regalos.
Es una sensación que ojalá todos los seres humanos experimenten alguna vez, son verdaderos regalos invaluables, que al menos para mi significan un paso a la evolución, cada una de estas experiencias han marcado en mi consciente un antes y un después
No recuerdo cuando fue la primera vez pero escribiré más o menos las que recuerdo solo con un factor común; La Superemoción.
Bordeaba los 17 años, nunca tomaba un transporte público, pedaleaba para llegar a mis destinos, vivía en la ciudad de Valdivia, a 800 km de la capital de Chile. Esta urbe, dentro de muchas cualidades es una de las 11 ciudades con mayor pluviosidad en el mundo, para lo cual me hice de un traje amarillo tipo los que usan los pescadores y los días de lluvia salía en mi bicicleta pedaleando hasta las afueras de la ciudad buscando el bosque nativo.
Una vez llegado a mi destino subía mi bici al hombro y me internaba caminando sobre colchones de hojas hasta encontrar el bosque alto y añoso.
Coigües, mañío hojas caídas, canelo, robles, laureles y olivillos, son acompañados de grandes helechos y quila en las quebradas, un olor a tierra húmeda que impregna en mi memoria para siempre esa mezcla con algunos destellos florales dulces en torno a la caminata.
Es así que un buen día, comencé a seguir un sonido de agua, a ver si era una vertiente para beber y buscando agazapada de pronto frente a mis ojos a no más de 20 cm, un pajarito celeste con amarillo, un Cometocino me observaba tranquilamente, luego llegaron muchos y unos se me pararon en la cabeza, otros por los brazos, eran maravillosos, yo no podía resistir la emoción y me reía llorando, les agradecía.
Otro momento maravilloso fue cuando figurábamos en alta mar, con Soledad Mira y un kayak que se nos fue de control, entonces una nadaba empujando el kayak y la otra remaba, intentábamos volver al arrecife, nuestro esfuerzo no podía contra la corriente que nos llevaba hacia la playa aledaña que tiene unas olas interesantes, en Papára Tahiti-Nui.
Así, de pronto una embarcación pequeña pasa junto a nosotras bajando la velocidad:
Conductor: -Eh tu estás loca? Ésta es zona de tiburones! - y se fue.
Montamos en histeria vergonzosa hasta que logró subir Soledad al kayak, entonces comenzamos a escuchar unos sonidos que asemejan a cuando respiras por el snorkel... Era como si muchos snorkels hubiesen salido a botar el aire, miro a mi costado y veo que el ruido sale de un orificio justo de en medio del lomo de un delfín que brota desde el agua junto a nosotras y como él unos cincuenta delfines saliendo a la superficie y nosotras en medio de este espectáculo.
Me largué a llorar.
Soledad : -Mira que buen momento para llorar... Perdidas en medio del océano y zás un montón de presas de tiburones y nosotras entre ellas.-
Yo agradecía lloriqueando, es que si hay delfines y muchos, que hasta puedes tocar en libertad, seguro no hay tiburones cerca.
También lloré cuando me bajé por primera vez del mercedes enterrado en las arenas del desierto del Sahara Occidental, había histeria colectiva dentro del auto, un inglés neurótico fuera de si y Judith, la francesa dueña del carro montó en cólera con él, es ahí que yo me bajé, desobedeciendo todas las indicaciones de vida o muerte advertidas por los guías puesto que había bombas antipersonales...
De verdad, no me importó, seguro si no cambiaba la atmósfera dentro de ese auto, nos mataríamos entre nosotros.
Caminé hasta que los gritos se hicieron menos audibles... -Vas a moriiir!- Lo último que escuché del peculiar inglés.
Entonces cuando ya no lo oía más, el auto ni sus integrantes, comencé a sentir el calor, el viento, el color de la arena, el cielo, aquel horizonte sin nada mas que arena.
Me vino una emoción que desbordó en lágrimas y por fin caí arrodillada ante el Desierto del Sahara.
Gracias!
Todos los niños de una pequeña escuela en un poblado llamado Santa Rosa por el río Ucayalí en la selva amazónica, me cantan una canción, son unos treinta niños cantando. Aun recuerdo su primeras líneas.. ¨Que salga el osito, que salga el osito
Yo lo quiero ver bailar¨
Caminando en la selva al atardecer, con un brazo muevo la rama de un árbol para pasar y sus hojitas son cientos de mariposas posadas hacia abajo, las despierto sin quererlo y vuelan a mi al rededor.
Uno de los colibríes más pequeños del mundo... Parecía un hada y también me dio sensación de un hipocampo en un espacio relativo, es calipso y vive en la Amazonía.
En Mauritania estaba con unos 40 niños y compré 3 botellas de Coca Cola de 1 litro. Son los niños más pobres con los que he compartido en toda mi vida, hay algunos pequeños que no pueden mirarme, porque están tan desnutridos que simplemente les es imposible flexionar el cuello hacia arriba para mirarme a los ojos.
Entonces tres botellas de Coke y muchas bolsas pequeñas que funcionan como vasos, les di indicaciones a dos niños de unos 10 y 12 años diría yo, para que uno mantenga las bolsa mientras le vertíamos la gaseosa, el otro las anudaría una vez lista y pasaría a el resto de niños.
Me preparé sicológicamente para un caos, pero nada de eso pasó, estaban tan acostumbrados a compartir que me ayudaron con las porciones, el muchacho que anudaba las bolsas al terminar la primera le hizo un agujero con los dientes y se agachó para darle a uno de los pequeños desnutridos, mientras tanto el chico que sostenía las bolsas, puso ambas manos bajo la barbilla del pequeño por si derramaba una gota. Este gesto fue un puñetazo directo al corazón, abrió un agujero en mi alma, esa nobleza y caridad de niños pre adolescentes. Ellos me enseñaron que hay tiempo, priorizando los más débiles y entregando amor a los menores avanzan menos desolados.
En estas inhumanas condiciones uno reflexiona respecto de los valores personales más básicos y fundamentales, los tanteas y los retornas al lugar que corresponde, solo eso es necesario para cuestionar tu felicidad, te das cuenta que todo lo demás sobra.
Yo no conocía y dudo que vuelva a experimentar una muestra de bondad, sabiduría y desapego tan profundas en una cultura, están extintas.
El resto de los chicos esperaba su turno sin protesta alguna y luego que los pequeños tomaran su ración, los más grandes ordenados comenzaron a pasar de manos en manos las bolsas, hasta que cada un obtuvo su pequeña porción de bebida.
Lloré desde ese día hasta que salí de ese país.
Pleno festival de San Fermín, Pamplona.
Figuraba dentro de la Plaza de toros de la ciudad en medio de una corrida de toros, nunca evalué las dimensiones del horroroso espectáculo, solo me percaté cuando ya estaba dentro, pero tuve suerte puesto que en esta corrida los jueces perdonaron al toro y condenaron al torero quien sufrió dos corneadas del animal y una lluvia de cojines desde las galerías mientras se escuchaban los gritos de miles de hombres que daban vuelo al Toro
-¡Toro, toro!- Gritaban desde las galerías llenas de hombres de trajes blancos con detalles rojos, en la parte que daba el sol, los baldazos de vino iban y venían, dejando rosados los blancos trajes de San Fermines.
La verdad es que me aclararon que ocurre muy pocas veces esto del perdón al toro y que fue un privilegio para mi presenciarlo, si lo pienso de esta manera tal vez me siento un poco mejor. Y recuerdo haber gritado por el toro junto a la multitud entendiendo que será mi única posibilidad de luchar por esta injusta tortura bovina, en mi única entrada voluntaria a una plaza de toros.
Grité y grité con los demás hasta que se levantaron los jueces y le perdonaron la cola al desafortunado toro, me puse a llorar.
Ver desde el arrecife hacia el mar abierto en Tahiti, mi primera superemoción bajo el agua.
Así me ha superemocionado la vida y seguiremos espero, acumulando estos regalos.
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