Me hospedaba en una hostal en una ciudad boliviana donde se ocupaba la cocina en común, vengo del mercado con unas verduras para hacer una rica ensalada, lechuga, tomates, rocoto y queso de cabra, el complemento de medio kilo de tallarines que son mi energía clásica en viaje.
Cada vez que ocupaba ese espacio me encontraba con un tipo flemático, alto y rubio oriundo de LA, California. Ya habíamos cruzado unas frases básicas, pero él era más bien silencioso, serio y protocolar. Al ser tan rígido en apariencia no era de mi interés preguntarle por su vida, se complicaba cada vez que lo abordaba con pequeñeces técnicas de la cocina y tenía un dejo de imposición su semblante.
Llevábamos una semana topándonos a esa hora en ese espacio común, siempre ingresaba luego que yo llegaba, casi sin palabras preparábamos nuestras cenas o almuerzos, los demás huéspedes ya me conocían y cada vez que entraban a la cocina yo establecía la comunicación con ellos: Argentinos, israelíes, holandeses, chilenos, seres alegres de estar en viaje y compartíamos experiencias cotidianas mientras él cenaba auto aislado en una esquina sus cosas raras.
Llego con mi compra fresca y baja él desde el segundo piso con sus frascos de leches descremadas y proteínas envasadas, etc. Este día estábamos solos al menos el principio de nuestras preparaciones.
El hombre, ( no recuerdo su nombre), inicia una conversación preguntando hasta cuando me quedaba a lo que contesté que no tenía mucha idea, entonces, viendo que llegaban los demás, me propone nos vayamos a sentar a una mesa en la terraza para conversar más extendido y así cenábamos juntos.
Yo acepté la propuesta y nos alejamos de los otros pasajeros para sentarnos en una mesa de madera gruesa en la terraza. De vez en cuando daba unas miradas a mi ensalada lo que hacía evidente que le apetecía, le ofrecí varias veces y negó siempre su deseo. Observé lo que comía y era extraño. ¨Bien neurótico debe ser este pobre hombre¨ -Pensé.
Su postura y forma de vestir daban la impresión más bien de un experto en computación o ingeniero civil, más que un aventurero viajero, manos finas, dedos largos y delgados, tan blanco como monja en claustro, buenos modales e inexpresivo rostro.
Le pregunté hasta cuando se quedaba y me respondió que tal vez un año o dos.
¿Y desde cuando estás acá?
-Desde hace dos años.
-¿ En la hostal?
-No, he peregrinado en diferentes ciudades y pueblos del país.
-O sea te gusta Bolivia.
- No exactamente, la verdad es que me he visto obligado a estar acá
-¿Se puede preguntar porqué?
Tras una reflexión muda contestó:
- Mi madre está enferma y debo trabajar acá para enviarle dinero
-¿Tu madre está enferma en USA y tu trabajas en Bolivia para mantenerla?
-Si , tengo unos negocios acá que funcionan bien y así le mando dinero.
Nunca me produjo alguna sospecha, no se me ocurrió en realidad
- Pero la visitas de vez en cuando no?
- Me complica.
-¿Por?
-Es que tengo un hermano en la cárcel y es difícil ir a ver a mi madre.
-¿Y a tu hermano le queda mucho preso?
-Si bastante
-¿Y por que fue arrestado?
-Por que asesinaba mujeres
No lo tomé muy en serio, la verdad es que como era una conversación casual, ni siquiera me intimidó, pero sí detuve mi cena y miré sus deslavados ojos celestes para descubrir su verdad.
-¿Tu hermano es asesino de mujeres?
-Si, las golpea hasta que las mata.
Sentí que estaba tratando de asustarme, de hecho esto lo dijo como gozando sus palabras.
-Uy! Ojalá no sea genético .- Dije
Por primera vez que lo veo reír y a carcajadas, en realidad si hubiese querido asesinarme estaría muerta y con su relato tan poco intrigante era estúpido pensar que estaba compartiendo mesa con un asesino prófugo escondido en el sur del mundo.
-¿Quieres de mi ensalada?
-¿Que es eso rojo?
-Tomate y rocoto, el rocoto es ají-
-Bueno, se ve bien.
Probó con sus cubiertos personales y perdiendo toda tensa compostura, se levantó de inmediato de la mesa, su rostro rojo y entre quejidos ahogados increpó.
-Cómo puedes comer esto! Es incomible!
Rápidamente caminó a la cocina donde tomó agua que guardaba en otro envase especial rotulado.
Luego subió con sus botellas y proteínas sin darme la más mínima mirada.
Esa noche dormí con la sensación que en cualquier minuto entraría de golpe un hacha partiendo en dos la puerta de mi cuarto, pero nunca más lo vi.
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