Hermosa noche de estío;
estrellado firmamento
blanca luna, tenue viento
fresco valle, manso río.
Ni un lagarto en la maleza
en los árboles ni un ave
¡Ni un canto dulce suave!...
Todo silencio y tristeza.
Allá arriba todo luz,
aquí abajo todo sombre
junto al río verde alfombra
sobre la alfombra una cruz.
Junto ala cruz una bella
junto a la bella, un doncel
entre las dos manos de él
una blanca mano de ella.
Suspiros entrecortados;
Mil abrazos mil miradas;
frases muy enamoradas
y besos muy prolongados.
-¡Mi cariño!
-¡Dulce bien!
-¡Alma mía!
-¡Mi embeleso!
-Un beso
-Sí
-Y otro beso
-¡Y otro!
-¡Y otro!
-¡Y cien!
-Mañana al carpio
-Verdad.
-Y ambos una vez allí...
-Tú, mío
-Y tú, mía.
-Sí.
-Y eterna felicidad.
-¿Y ese hombre?
No más suya.
-¿Tu cariño?
-Para ti,
como el tuyo para mi.
-¿Siempre mía?
-Siempre tuya
Atento a su propio mal,
Tras la cruz, un noble anciano,
una pistola en la mano
y al cinto un agudo puñal.
Un rugido airado y fiero;
Una mano sobre un brazo;
el fugor de un fogonazo
y el reflejo de un acero.
-¡Ah, traidores!
-¡Justo Dios!
-¡Confesión!
-¡Piadoso cielo!
Dos bultos luego en el suelo,
y otro en pie junto a los dos.
A la mañana siguiente,
guardia civil, el juzgado,
el populacho indignado
y en prisión el delincuente.
José Estremera , Buenos Aires, Argentina.
18 agosto 1944.
estrellado firmamento
blanca luna, tenue viento
fresco valle, manso río.
Ni un lagarto en la maleza
en los árboles ni un ave
¡Ni un canto dulce suave!...
Todo silencio y tristeza.
Allá arriba todo luz,
aquí abajo todo sombre
junto al río verde alfombra
sobre la alfombra una cruz.
Junto ala cruz una bella
junto a la bella, un doncel
entre las dos manos de él
una blanca mano de ella.
Suspiros entrecortados;
Mil abrazos mil miradas;
frases muy enamoradas
y besos muy prolongados.
-¡Mi cariño!
-¡Dulce bien!
-¡Alma mía!
-¡Mi embeleso!
-Un beso
-Sí
-Y otro beso
-¡Y otro!
-¡Y otro!
-¡Y cien!
-Mañana al carpio
-Verdad.
-Y ambos una vez allí...
-Tú, mío
-Y tú, mía.
-Sí.
-Y eterna felicidad.
-¿Y ese hombre?
No más suya.
-¿Tu cariño?
-Para ti,
como el tuyo para mi.
-¿Siempre mía?
-Siempre tuya
Atento a su propio mal,
Tras la cruz, un noble anciano,
una pistola en la mano
y al cinto un agudo puñal.
Un rugido airado y fiero;
Una mano sobre un brazo;
el fugor de un fogonazo
y el reflejo de un acero.
-¡Ah, traidores!
-¡Justo Dios!
-¡Confesión!
-¡Piadoso cielo!
Dos bultos luego en el suelo,
y otro en pie junto a los dos.
A la mañana siguiente,
guardia civil, el juzgado,
el populacho indignado
y en prisión el delincuente.
José Estremera , Buenos Aires, Argentina.
18 agosto 1944.
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